Arturo Cardona Mattei
¿Será posible una paz duradera?
El hombre habla de paz, se firman acuerdos para conseguir la paz, pero el mundo nunca ha conseguido un tratado de paz donde la humanidad sienta la seguridad derivada de tan anhelado deseo. Es un hecho, la humanidad nunca ha descansado de las guerras. El hombre ha provocado guerras dentro de las fronteras de muchos países. También las ha tenido a grandes escalas envolviendo a muchas naciones. La primera guerra mundial envolvió a más de veintiocho naciones, y de ellas la inmensa mayoría profesaban ser cristianas. Sus efectos fueron devastadores para toda la humanidad. Tan es así, que aun el mundo no ha podido reponerse de todo aquel desorden político, social y económico.
Se ha estimado que sobre 60 millones de soldados combatieron en diferentes puntos geográficos del planeta Tierra. Sobre 15 millones se estiman las bajas militares. Y el número de bajas civiles fue aún mayor. El mundo vivió un verdadero caos. Imperios fueron derribados y nuevas naciones tuvieron su nacimiento. Una segunda guerra mundial se nos vino encima con consecuencias más desastrosas. Luego nos alcanzó la guerra de Corea, luego nos llegó la guerra de Vietnam y luego las guerras del Golfo Pérsico.
Sumando y restando, el hombre ha sido incapaz de mantener un orden de paz a nivel mundial.
Entonces, ¿se puede creer en las promesas de paz anunciadas por el hombre? El egoísmo, la avaricia y las muchas divisiones ideológicas nos dicen que esas esperanzas son huecas. El hombre no tiene la voluntad necesaria para alcanzar tan anhelado deseo. El hombre se pasa firmando tratados de paz y todos ellos son arruinados en poco tiempo.
Entonces, ¿será posible alcanzar una paz genuina, duradera donde el hombre se sienta seguro de verdad? La única esperanza verdadera que tiene el hombre proviene de la promesa que Jehová Dios le ha dado al mundo a través de su Hijo Jesucristo. Luego de muchos siglos de experimentos por el hombre tratando todo sistema político y económico, podemos llegar a la conclusión de que la mayordomía del hombre en la Tierra está llegando a su punto final. Las condiciones desgarradoras en que se encuentra la humanidad son prueba irrefutable de que se acerca velozmente un nuevo sistema mundial de cosas. Pues Dios no va a contender con el hombre indefinidamente.
En Isaías 2:4 leemos: “Y él ciertamente dictará el fallo entre las naciones y enderezará los asuntos respecto a muchos pueblos. Y tendrán que batir sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas. No alzará espada nación contra nación, ni aprenderán más la guerra”.
Esta no es una promesa dada por el hombre, o por alguna de sus muchas instituciones. Esta es una promesa que lleva el sello de una garantía infalible salida de la propia boca de Jehová. La palabra de Dios no es voluble. Su palabra no varía como el viento, ni está limitada o atada a circunstancia alguna. Tampoco depende de una mayoría para ser aprobada y ejecutada. La humanidad llora, grita y gime por los dolores de tantas vanidades y mentiras provocadas por el hombre. La justicia del hombre no es la justicia que Dios quiere para sus criaturas humanas. La igualdad que vocifera el hombre es muy distinta a la enseñada por Dios. Por eso el hombre que no se someta a la voluntad de Dios no tendrá participación en el prometido nuevo mundo. Proverbios 2:22 dice: “En cuanto a los inicuos, serán cortados de la mismísima tierra; y en cuanto a los traicioneros, serán arrancados de ella”.
La prosperidad y la seguridad están infaliblemente mencionadas. Miqueas 4:4 dice: “Y realmente se sentarán, cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá nadie que los haga temblar; porque la boca misma de Jehová de los ejércitos lo ha hablado”.
Cuando llegue el tiempo preciso para que esas promesas se cumplan, entonces el hombre incrédulo verá y conocerá la sapiencia y el poder infinito de un Dios verdaderamente todopoderoso. Y sus aullidos retumbarán por toda la Tierra. En las montañas quedaran atrapados y en los mares llegaran a ahogarse. La justicia de Dios hiere sin dejar cicatrices.
Queda de ustedes,
Arturo Cardona Mattei
Caguas, Puerto Rico