Rafael Cox Alomar
¿Y después del 2012 qué?
Ya empezaron. Por ahí andan los carreristas políticos intentando planchar en cuartos oscuros las papeletas de los partidos principales de cara a las elecciones del 6 de noviembre de 2012. Concluidas las conmemoraciones de julio, la danza de la repartición de candidaturas ya comenzó. Y comenzó con particular intensidad en el Partido Popular Democrático, no sólo a raíz de la debilidad política de la Administración Fortuño sino también como consecuencia del enorme vacío de liderato ideológico y programático que hoy arropa a la Pava.
Que si Alejandro García Padilla irá a la Gobernación, que si Héctor Ferrer va para Washington, que si la resurrección de Aníbal Acevedo Vilá (cual el Lázaro bíblico) está a la vuelta de la esquina, que si los alcaldes populares andan en rebelión contra la alegada plancha García Padilla-Ferrer, que si Ferrer realmente está en carrera para la Gobernación, que si no son todos los que están ni están todos los que son. Y mientras el baile de las sillas musicales apenas comienza, el País continúa sin brújula ni compás. Todos hablan de candidaturas. Nadie habla de proyecto. Mala cosa. Las candidaturas sin proyecto se las lleva el viento. Son como espuma sin sustancia. Y si de algo está harto el País es de eso mismo, de la pintura y capota de los últimos tiempos.
Más allá de cuadrar una papeleta electoral, lo que tienen que hacer aquellos que aspiran a encabezarla es contestar de frente y sin ambages la pregunta que está en boca de todos pero que nadie acaba de contestar: ¿Y después del 2012 qué? ¿Cómo piensan meterle mano a la trágica realidad que encontrarán de frente el 2 de enero de 2013? ¿Con más de lo mismo? ¿Dónde están las estrategias?
Que nadie se llame a engaño. La próxima Administración heredará un cuadro extremadamente complicado (por no decir dantesco). Heredará una economía moribunda que para entonces llevará más de 6 años en recesión y que durante ese mismo periodo ya habrá perdido sobre 200,000 empleos; encontrará un sector bancario menguado con limitada liquidez y capacidad crediticia (que ya habrá perdido sobre $1.9 billones en activos) y que difícilmente podrá financiar la inversión que necesitamos para estimular el consumo de forma agresiva y aumentar nuestra producción; recibirá un gobierno desmoralizado, desestabilizado y politizado con instituciones importantes (tales como la Universidad de Puerto Rico e inclusive el Tribunal Supremo) en mal estado; se topará con la cruda realidad de que proyectos estratégicos tan vitales como Roosevelt Roads, el Puerto de las Américas y la expansión del Tren Urbano estarán completamente estancados y, claro, tendrá que hacerle frente a la crisis sistémica que desde hace décadas vivimos en educación, salud y seguridad pública. Y como si fuera poco, el nuevo Gobierno enfrentará de inmediato las altísimas expectativas del País para que todo esto se resuelva a la mayor brevedad posible.
Así las cosas, es forzoso concluir que la lucha por las candidaturas no es ni remotamente el único ni el más apremiante de los problemas que hoy enfrenta el PPD. Su gran problema es que no ha articulado una visión clara de la economía ni de sus estrategias de desarrollo en el ámbito social y ni hablar de la mogolla ideológica que hoy se cocina a todo vapor en Puerta de Tierra tras el manto de la asamblea constituyente interna -que no es otra cosa que un embeleco de nuevo cuño que ni sus propios proponentes saben lo que significa.
Simplemente conformarse con ser el partido anti PNP no está a la altura de lo que exige el difícil momento que como pueblo nos ha tocado vivir. Ante la angustiosa coyuntura actual, el llamado no puede ser a enrollarse las mangas para politiquear sino a hablarle de frente al País y explicarle con honestidad intelectual y valentía, ¿y después del 2012 qué?