Rafael García Romero
Un retrato de Juan Bosch
Un retrato de Juan Bosch
Por Rafael García Romero
No se si alguien ha tenido el privilegio de mirar con detenimiento el
retrato de Juan Bosch que hizo su hijo León.
Ese que muestra al escritor de pies, asomado a un marco de caoba,
como si se tratara de una ventana.
La mano izquierda que sobresale del marco, con las venas
marcadas a flor de piel, bien visibles. Vestido de traje marrón.
Llama mucho la atención el arco del brazo izquierdo, cuya mano está apoyada
sobre el marco, en su mano derecha no hay expresión y su cabeza está
descubierta, imponente; más bien, bañada de sus singulares canas.
Totalmente. Se trata de un retrato único, muy abrumador, con Juan
Bosch en la flor de su vejez.
El cuadro está en mi oficina y he mirado esa imagen cientos de veces,
incluso con mucha atención, fijamente, durante varios minutos.
En la imagen el escritor dominicano (La Vega, 1909) conserva su gallardía,
aunque ya es un hombre de nueve décadas.
Y sus ojos, que fluctúan entre una insinuada sonrisa y una reflexión
profunda, le dan al rostro una expresión rígida. No tiene los clásicos
espejuelos con marcos de concha, que usó toda la vida.
Su rostro es una página abierta donde se reflejan el Golpe de Estado, la invasión
norteamericana; su primer exilio (Puerto Rico, primero, Cuba y el de
Europa, más largo y fructífero); su regreso y la primera derrota
electoral, necesaria para celebrar, de otra forma, una victoria del
pueblo: la desocupación de las tropas norteamericanas; y la lluvia de
críticas injustas y sin fundamentos.
Y entre ellas, la más venenosa de todas: que no supo retener el poder,
cuando fue presidente de la República.
Asoma en sus ojos azules, desde luego, sus años felices:
los estudios en el extranjero, que lo llevaron a declararse marxista;
los aplausos de grandes auditorios que celebraban sus magistrales
conferencias, coronadas con visitas a grandes amigos y los paseos por
las calles de otras ciudades y singulares países: México, Chile, Cuba,
Madrid, Benidorn, París; y sus éxitos literarios, que los tuvo.
Es un retrato enigmático, preludio o colofón de sus malos tiempos: la
pérdida de su pasado en el exilio, el rompimiento con amigos del
pasado: Juan Isidro Jimenes Grullón, José Francisco Peña Gómez, con
los que estuvo vinculado durante varias décadas.
En resumen, el júbilo y su felicidad por la fundación del Partido de la Liberación
Dominicana; y los nuevos capítulos de las décadas más intensas e
importantes de su vida: todo lo que vivió y sufrió junto a muchos
compañeros de jornadas políticas y literarias, pero que no prefigura
el estrago que causaría, dos o tres años después, una enfermedad
irreversible, que empezó a borrarle la realidad y todos los gratos e
ingratos recuerdos de una vida vivida y alimentada con dignidad, y que
le condenó a pasar el resto de sus días en distintas camas de
hospitales, justo hasta un primero de noviembre, el mismo día en que
yo, coincidencialmente, había llegado al mundo.