El infierno es un lugar donde nadie puede creer en nadie»; el poder soberbio construye ese infierno en la Tierra
¿Por qué la soberbia y la arrogancia corroen en la psique de los que alcanzan el poder?

Santo Domingo RD.- El poder político, entendido como la posibilidad de colocar a un grupo de personas por encima de porciones importantes de la sociedad, incluidos compañeros de la misma organización política, además, implica influir en el control de recursos públicos, lo que se constituye en una de las fuerzas que más desfigura, deforma, desnaturalizadora y peligrosa de la conducta humana.
La historia está repleta de episodios protagonizados por personajes de la política, empresarios y religiosos, que alcanzan cuotas de poder e inmediatamente sacan a relucir patrones de soberbia y arrogancia que degeneran en deformaciones psicológicas que no solo retuercen su modo de pensar y actuar, sino que airean prácticas opresivas que asombran al común de la gente.
Es importante explorar los engranajes psicológicos, sociológicos y éticos a través de los cuales la soberbia y la arrogancia distorsionan la psique de quienes ascienden al poder, analizar las maneras mediante las cuales se manifiestan las consecuencias y posibles vomitivos aplicables desde configuraciones filosóficas y científicas.
Soberbia es un término que se origina en el latín -superbia- que en el ámbito de su significante se le considera una ‘hypertrophia del ego’ que hace creer a los que llegan al poder, que su superioridad es incuestionable. Rollo May y Carl Jung (psicólogos) sostienen que el poder actúa como un catalizador de tendencias narcisistas latentes. Por su lado, el médico David Owen, en su estudio titulado ‘The Hubris Syndrome’, afirma que este fenómeno afecta a determinados líderes políticos cuyos cerebros, intoxicados por el síndrome del poder, sufren alteraciones neuroquímicas, que se refleja en altos niveles de dopamina (asociada a la recompensa) y cortisol (vinculado al estrés) que crean una ilusión de invulnerabilidad.
Ejemplos históricos destacados: desde Nerón, quien se creía un dios, hasta la ejecutiva Elizabeth Holmes (la del caso Theranos), cuya arrogancia la llevó a cometer fraudes monumentales, a los 31 años, esta joven emprendedora, célebre en un Silicon Valley, ostentaba una fortuna que ascendía a 9 mil millones de dólares, adjudicándosele el título de la multimillonaria más joven de Estados Unidos que se hizo a sí misma. En 2021, Holmes fue juzgada en California por fraude.
El poder, posee la magia de aislar al líder de las críticas reales, porque son aislados por las cortes de aduladores, amanuenses y bebe leche, quienes conforman estructuras jerárquicas impenetrables, generan un efecto que ocurre cuando se imponen las creencias y se dificulta la perspectiva crítica, que se conoce como burbuja cognitiva, que a su vez, se deben a sesgos cognitivos, como el sesgo de confirmación, que se manifiesta en una tendencia a aceptar sin cuestionar las creencias que coinciden con las propias. Los atajos mentales, útiles en ocasiones, para la toma rápida de decisiones, lleva a juicios y decisiones erróneas o desniveladas y por ende: torcidas.
Es una mala costumbre que el político soberbio pierda su capacidad de autocrítica porque el séquito de focas aplaudidoras monopoliza su entorno y refuerzan en cada momento, su distorsionada autoimagen.
La arrogancia es una ruptura con la empatía y un exceso de confianza. Hannah Arendt, al analizar el caso de Adolf Eichmann (criminal de guerra austroalemán) acuñó el término banalidad del mal, que se define como la incapacidad de pensar desde la perspectiva del otro. La arrogancia opera a la sombra de una lógica instrumental en la que las personas son medios para sus fines y se las identifica con números y a veces con sus nombres. La arrogancia ha sido una incubadora de tragedias, que dentro del comportamiento normal son evitables.
La soberbia en el poder no es una narrativa defectuosa; es una contingencia riesgosa del sistema, que ha dicho presente en figuras que van desde Calígula hasta Elon Musk, desde Donald Trump hasta Vladimir Putin. Combatirla es casi imposible en muchos casos, porque amerita de vigilancia constante, en el plano individual cuando se asume el mea culpa y se practica la autocrítica y en los casos colectivos (mecanismos de rendición de cuentas).