Erick Barinas
La isla del encanto
Fue en el año de 1986 cuando a la edad de 12 años visité por primera vez a Puerto Rico. Viajé junto a mi madre y mi hermano Gustavo como parte integrante del equipo de natación del Club Arroyo Hondo, para participar en la Copa Internacional Coca-Cola que se celebró en Round Hill, Trujillo Alto, en su capital San Juan.
Por supuesto que quedé impresionado por el desarrollo de aquella ciudad, por la modernidad, la limpieza y la organización que aprecié desde la entrada al aeropuerto, comparación inevitable que hace todo viajero cuando visita un país distinto del suyo.
El orden en el tránsito, las avenidas amplias e iluminadas, el respeto de los ciudadanos hacia los agentes de Policía y el respeto de los conductores hacia los peatones, los parqueos preferenciales para los discapacitados en casi todos los centros comerciales y edificios, ¡ energía eléctrica permanente !.
Todo aquello me hizo reflexionar y preguntarme sobre las razones por las que nuestro país era tan distinto, tan atrasado frente a aquella sociedad. ¿Será posible que algún día contemos con energía eléctrica permanente? ¿ será posible que contemos algún día con una ciudad limpia y con un tránsito vehicular ordenado?, ¿podrá la ciudad colonial nuestra conservarse con el nivel de cuidado, limpieza, colorido y atractivo que el viejo San Juan?, me preguntaba una y otra vez.
El contraste me impactó, aunque las razones políticas, económicas e históricas para que otro territorio del Caribe similar al nuestro disfrutara de ese desarrollo las conocería años después.
Sin embargo, el encanto de Puerto Rico, el ánimo contagioso, el entusiasmo y la alegría de su gente fueron una experiencia inolvidable para mí. Ni que decir de los eventos deportivos en los que participe.
Ya como parte de la selección nacional de Natación y Polo Acuático volvimos a visitar a Puerto Rico en 1987 y 1991. En ambas oportunidades visitamos la ciudad de Ponce, la segunda ciudad o municipio más importante de Puerto Rico, para participar en los Juegos Centroamericanos de Natación y Deportes Acuáticos, y en los Juegos Panamericanos de Polo Acuático, respectivamente.
Aunque menos moderna y cosmopolita que San Juan, nos fascinó de Ponce la combinación que se aprecia entre la belleza arquitectónica de sus edificaciones antiguas y las modernas autopistas que tiene, así como las tradiciones y las costumbres de los habitantes de aquella bella e histórica ciudad.
En aquellos años, Puerto Rico se encontraba en apogeo económico, y no sólo se aperturaban nuevos centros comerciales distintos a la famosa e impresionante Plaza Las Américas, como Plaza Carolina y otros, sino que habían muchas industrias y era palpable el bienestar económico de los habitantes puertorriqueños en sentido general.
Las grandes cadenas de tiendas norteamericanas: Macys, Sears, JC Penny, Marshal, Cosco, Wal-Mart, entre otras, estaban permanentemente atestadas de compradores y consumidores.
Luego mis visitas a Puerto Rico tuvieron un carácter esencialmente familiar. Mi tío, padrino y segundo padre, el Dr. Pablo Barinas Robles, médico endocrinólogo, poco tiempo antes de la partida de mi padre, emigró a la Isla del Encanto y se casó con una distinguida dama puertorriqueña.
En mis visitas a mi tío he aprendido enormemente sobre la organización, las leyes y el funcionamiento institucional de Puerto Rico, Estado Libre Asociado de Estados Unidos.
Por ejemplo, hace ya muchos años que conozco de la rigurosidad académica que se les exige a los médicos, incluyendo el examen de reválida obligatorio que están obligados a aprobar para ejercer la profesión, lo cual también se le exige a los abogados y a casi todos los profesionales.
En el caso de los médicos, esos exámenes son aprobados apenas por un porcentaje reducido de los graduados que aplican.
Para honra y orgullo mío, de sus hijos, y de sus familiares y de los colegas y personas que le quieren y admiran, mi tío Pablo es de los pocos extranjeros, y probablemente el único dominicano, que ha aprobado dichos exámenes con las más altas calificaciones, lo cual se hace constar en una carta de felicitación que le dirigió el Jurado Examinador de Puerto Rico.
Con mi tío Pablo aprendí que en Puerto Rico el agua que viene de las tuberías es potable, y que la mayoría de la población la toma y la utiliza para cocinar sin ningún temor a enfermarse. También que el Estado destina una gran cantidad de recursos para el pago de biólogos y técnicos que trabajan permanentemente en el análisis del agua y de las tuberías para mantener el agua apta para el consumo humano.
Asimismo, he aprendido que para que un ciudadano pueda tener un arma de fuego en Puerto Rico se requiere llenar una serie de requisitos legales que culmina con la autorización de un juez, la cual concede a discresión, luego de que se depositan junto a la solicitud una serie de documentos, como un Certificado de No Antecedentes Criminales, y comparecen al tribunal testigos que acreditan la solvencia moral y cívica del solicitante, entre otros.
En definitiva, Puerto Rico, la Isla del Encanto, gracias a tío Pablo y Migdalia, para mí ha sido como una segunda casa, un lugar de esparcimiento, reflexión, paz y alegría. Pero también una experiencia de aprendizaje constante ante tantas inquietudes mías sobre cómo funcionan las leyes y las instituciones en una sociedad organizada y moderna.
Hoy día Puerto Rico lamentablemente atraviesa por momentos económicos difíciles, producto de la crisis financiera norteamericana y de la recesión, y muchos profesionales jóvenes puertorriqueños están emigrando hacia la florida y otros destinos, pero no deja de ser un Estado organizado, lleno de gente alegre y amable que conserva muchas de sus tradiciones y costumbres como pueblo caribeño e hispano, a pesar de la enorme influencia norteamericana.
La Isla del Encanto, la isla del Coquí, es un territorio acogedor del Caribe que cuenta con un pueblo igualmente encantador, y por supuesto, con unos tíos entrañables, solidarios, amantes de la buena cocina, y ahora de la horticultura.
EL AUTOR es abogado. Reside en Santo Domingo.