A pesar de que los besuqueos entre el presidente Danilo Medina y el alto liderato del PRD se han intensificado a propósito de la proclamación de determinadas candidaturas congresuales y municipales comunes, hasta el momento nada indica que la "relación" entre peledeístas y perredeístas haya superado la volátil condición de un noviazgo sin amor.
En ese sentido -y sin que se presuma descubrir el agua tibia al hacer la afirmación que precede-, acaso convenga recordar que el "amor" en política puede ser hijo de coincidencias conceptuales, acuerdos de programa o repartición de cargos y candidaturas -todo junto o por separado-, y en el caso de los perredeístas y los danilistas (aunque los primeros están vendiéndose con la parte programática a través de anuncios radiales y vallas publicitarias, y los segundos han “soltado” un puñado de decretos con designaciones menores) nada de eso acaba de producirse de manera incontestable.
Por otra parte, el “amor” de referencia siempre tiene un sustrato emocional que, como en los arrebatos pasionales entre los seres humanos, es muy difícil de ocultar, pues lo que la razón no quiere publicar a la postre lo hace la anatomía, sea a través de las expresiones faciales y el lenguaje corporal o sea por medio de las palpitaciones del corazón y las consabidas urgencias del estómago. Y tal sustrato emocional es, justamente, lo que no se observa entre morados y blancos: parecen cualquier cosa, pero no aliados.
Hasta el más distraído de los dominicanos -bajo el influjo o no de los observadores y analistas de la política nacional- se ha hecho cargo de que en estos instantes -y en los hechos- los peledeístas y los perredeístas no se están uniendo o “juntando” donde deberían hacerlo (al momento carecen hasta de elementales estructuras de coordinación) y, peor aún, que en muchos espacios y escenarios persisten la desconfianza, el escepticismo y las cortaduras de ojo, y hasta se atacan y enfrentan como en los mejores tiempos de sus añejas confrontaciones.
Más aún: actualmente existe la generalizada impresión de que no se ha tratado de una alianza (por lo menos en el sentido “contractual” y mutualista del concepto), sino de un acuerdo unilateral de arrastre en el que los perredeístas aparentan ir a la zaga como una cola plomiza, y los peledeístas se esfuerzan en avanzar como un remolcador o como un cargamontón de ciclópeas proporciones. Todavía más: por el lado peledeísta hay quienes ven los aprestos de connubio como un lastre que el danilismo le ha impuesto a una organización política que, en su opinión, no tiene necesidad de ello para ganar las próximas elecciones.
Digámoslo con menos sutileza: el pacto sólo ha sido viable a nivel del alto liderato, y aún aquí todavía persisten las dudas del lado perredeísta con respecto a si el danilismo cumplirá o no con lo acordado, sobre todo porque el “principio” al afecto planteado por el secretario general del PLD, en el sentido de que lo que le tocará en el gobierno a los aliados estará determinado por la cantidad de votos que aporten a la victoria del licenciado Medina, es un condicionante pedestre que sólo pueden aceptar de buena gana los incautos y los crédulos, pues ¿quién puede garantizar plenamente que eso se materialice una vez el actual mandatario sea reelegido? Esto es política, senador, no pesca de jaibas.
Desde luego, esa realidad de hoy no invalida los presupuestos y las apuestas del principio: nadie en su sano juicio discute que los perredeístas quedaron sin opciones cuando se cerraron definitivamente las posibilidades de un acuerdo con sus antiguos compañeros del PRM, y que subsecuentemente se trataba de una cuestión de vida o muerte para ellos abocarse a un pacto que le garantizara cierta "preparación" logística (léase: puestos o promesas de éstos, respaldo financiero e impulso político y mediático) para no exponerse a hacer una papelazo en los comicios del próximo mes de mayo.
Tampoco hay que hacerse el sueco con lo que late de verdad en las profundidades “prácticas”: en lo que tiene que ver con el PRD, perogrullada aparte, la alianza con el danilismo tiene dos componentes fundamentales: el apetito de poder de sus dirigentes y el miedo a perder el reconocimiento electoral. Todo lo otro es simulación, engañifa o, en el mejor de los casos, simple propaganda para intentar aligerar ciertos fardos de conciencia. Y si bien estos cimientos pueden considerarse amorales, hay poca gente en el palenque de la política nacional que esté de veras en este aspecto tan libre de pecados como para poder lanzar impunemente la primera piedra.
Ciertamente, más allá de las caras apergaminadas y los discursos de moralina, las apetencias de puestos y contratos gubernamentales ya son parte de las “nuevas” concepciones sobre la política militante (el que opina lo contrario resulta estigmatizado como un “pendejo” o como un “desfasado”), y no son, como pretenden vendernos ciertos “próceres” de pacotilla que pululan en los partidos y los medios de comunicación, cosa exclusiva de los perredeístas: están en todo nuestro partidarismo tradicional, donde cada quien trabaja por lo “suyo”, no por el país o por la comunidad a la que pertenece.
El miedo a perder el reconocimiento electoral es de coyuntura, pero es un asunto tan peliagudo que para su implantación en la filas blancas hubo una campaña muy singular: mientras los perredeístas apenas lo susurraban con el aire de secretismo que le ha impuesto su nueva condición de partido minoritario, los peledeístas, los perremeístas, los reformistas, los independientes y hasta algunos “alternativos” lo proclamaban a viva voz... En algunos de estos últimos casos el vocerío era entendible, pero en otros era una auténtica sinrazón: se empujaba al perredeísmo -mucho o poco, honesto o deshonesto, níveo o entintado- hacia los brazos del adversario... Una torpeza vendida como proeza que luego resultó caricaturizada desde el PRM con el pacto con los nunca bien alabados y pundonorosos “patriotas” del PRSC.
En igual orden de ideas, nadie puede discutir que el danilismo -no así el peledeísmo-, pese a sus buenos números de muestreos, estaba casi obligado "a carabina" a pactar con el PRD o el PRSC ante la rebelión interna de los leonelistas, los repentinos “ruidos” aparecidos en varios puntos del engranaje gubernamental y la ruptura de la alianza con organizaciones que, como la FNP o el PQD, son pequeñas en términos cuantitativos pero con bastante significación efectista frente a la posibilidad de una polarización en primera vuelta o a las demandas coyunturales que implicaría una segunda ronda... Esa gente que ha roto relaciones con el danilismo puede ser poca, pero rinde como un “roba la gallina” de carnaval, y lo vemos todos los días.
El danilismo, en efecto, estaba forzado a buscar apoyo de impacto frente al virtual peligro de desmoronamiento del Bloque Progresista que de repente se le abalanzó. Y lo hizo con los perredeístas que, como ya se ha sugerido, carecían de alternativas ante el desprecio de los perremeístas. Pero en los días posteriores a la proclama aliancista, el escaso desprendimiento de los incumbentes de la cosa pública y ciertas declaraciones imprudentes de altísimos dirigentes del PLD (hubo uno que llegó a decir que el PRD no valía más de diez cheles) ensombrecieron el camino de confraternización que se debió transitar... Inclusive, hubo momentos en que el pacto parecía ir hacia el naufragio.
En la actualidad, valga la reiteración, la alianza intenta ser relanzada con los actos que han presidido el licenciado Medina y el ingeniero Miguel Vargas, pero la falta de “amor” es más que evidente: los danilistas continúan con su actitud triunfalista, arrogante y cicatera frente a sus socios (los de antes y los de ahora), y los perredeístas lucen más expectantes que militantes: mientras desde el gobierno se le hace “lico” (o sea: se ofrece, pero no se acaba de dar gran cosa), un dilema casi hamletiano le carcome la sesera: ¿estamos o no estamos “arriba”?.
(Si es cierto que los números que les atribuyen las encuestas parecen autorizar a los danilistas a adoptar semejante postura, ella no deja de ser un riesgoso olvido de una de las principales razones por las cuales el PLD fue desalojado del poder en el año 2000 -el petulante e intelectualoide fenómeno de exclusión y elitismo denominado “comesolismo”- y una ruptura con lo que hasta 2012 había sido el fundamento de sus victorias: la generosidad con los asociados y la parentela de su proyecto político-electoral).
El asunto es, en esencia, que una alianza que ha debido tener gran significación en el espectro político nacional, dada la naturaleza originalmente encontrada y el peso específico de los concertantes en el devenir partidista criollo (no se debe olvidar que el PLD nació como “la negación dialéctica” del PRD y que hasta hace poco entre ambos tenían el favor de más del 90 por ciento del electorado), está a punto de pasar sin pena ni gloria desde el punto de vista histórico: no se siente, no se ve, no se palpa, y amenaza con convertirse en un acuerdo de papel y palabras de calidad y eficacia menores a las que, por ejemplo, tuvo su similar con el PRSC de los últimos dos lustros.
No es simplemente, valga la insistencia, que los perredeístas siguen “chivos” esperando que la alianza se exprese en “hechos”: es también, y sobre todo, que el pacto en estos momentos ni huele ni hiede, y cuando viene usted a ver pasan las elecciones y ni siquiera nos enteramos de lo que realmente significó para los perredeístas: fácilmente pueden quedarse, como la amante aquella del clásico francés, deshojando margaritas...
(*) El autor es abogado y profesor universitario
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