Erick Barinas
A propósito de museos
Un diputado ha propuesto recientemente la construcción en San Cristóbal de un museo sobre la dictadura de Trujillo, lo cuál sería una medida discutible siempre y cuando se aclaren los motivos reales que se persiguen.
Y es que no es lo mismo construir un museo donde se exhiban únicamente las obras físicas y de infraestructura realizadas durante el período de 1930-1961, es decir un recinto de exaltación de la figura del déspota, y en cambio se excluyan las evidencias de los asesinatos, los mecanismos de tortura y espionaje, y cuantas características oscuras y negativas se engendraron en aquél sistema de gobierno oprobioso y cruel.
Ahora bien, si la propuesta persigue ofrecer a la sociedad dominicana y sancristobalense, y a los eventuales turistas, ciudadanos y estudiantes que pudiesen visitarlo, un lugar donde se muestren, integralmente, todas las vertientes de la dictadura, entonces valdría la pena que se contemplara la iniciativa por cuanto se trata de un período histórico que debe de conocerse a fondo y estudiarse en toda su magnitud y gravedad.
Ese museo, por ejemplo, debería contar con la exhibición de los nombres, historias y esculturas de todos los dominicanos y extranjeros que sacrificaron y arriesgaron sus vidas para combatir y derrocar a la dictadura desde sus inicios hasta su final el 30 de mayo de 1961.
También debería contar con una sala donde se ofrezcan los detalles de la matanza de haitianos de 1937 – “el corte”-, el asesinato de las hermanas Mirabal, y los asesinatos perpetrados por Ramfis Trujillo, tanto de los sobrevivientes de la invasión de Constanza, Maimón y Estero Hondo, como de los héroes del 30 de mayo a los que mató en serie justo antes de abandonar el país, entre muchos otros.
Asimismo, el Museo sobre la Dictadura de Trujillo necesariamente tendría que rendirle tributo a la memoria y el sacrificio de intelectuales y personajes nacionales y extranjeros que, como el hacendado vegano Juancito Rodríguez, el profesor Juan Bosch, don Juan Isidro Jiménez Grullón, don Américo Lugo, Andrés Requena, José Almoina y Jesús De Galíndez, entre otros, tanto desde el país como desde el exilio, contribuyeron a resistir, combatir, denunciar y repudiar la tiranía.
Un museo con esas características, destinado a la instrucción y educación histórica, sin dudas habría de servir permanentemente a elevar el acervo cultural de las nuevas generaciones y de los turistas que vienen a nuestro país, tanto a visitar nuestras playas como a conocer la historia de la nación dominicana.
Ignoro si alguien ha propuesto lo siguiente anteriormente, pero el autor de ésta columna igualmente propondría la construcción del Museo de la Revolución Constitucionalista en la avenida Independencia, en Ciudad Nueva, justo en el lugar donde se encuentra el cementerio abandonado y donde se atrincheraron una buena parte de los que defendieron la institucionalidad democrática y la voluntad popular.
La situación de abandono en que se encuentra ese cementerio y parte importante de la zona colonial, ameritan de una serie de inversiones que rescaten y realcen la belleza del sector, al tiempo que se construya un museo en honor de la Revolución y de los héroes y protagonistas de uno de los episodios más significativos y dramáticos de la historia contemporánea nacional y continental.
Los dominicanos todos, y los capitaleños en particular, merecemos que se construya en ese lugar un hermoso y completo museo, con calidad arquitectónica y científica, digno del valor patriótico del pueblo dominicano y de la hazaña que significó el enfrentamiento al ejército más poderoso del planeta en aras de restablecer la Constitución de 1963 y el gobierno democrático encabezado por la figura ilustre y ejemplar del profesor Juan Bosch.
Otros tantos museos y monumentos históricos requieren ser construidos a lo largo y ancho de la República Dominicana, pero en principio constituiría un gran comienzo el rescate y acondicionamiento de la zona colonial, Ciudad Nueva y sus entornos, así como la construcción del Museo de la Revolución Constitucionalista.
Deseo ser optimista o ingenuo en la esperanza de que esta propuesta se pueda ejecutar algún día no muy lejano, no obstante lo deficiente e inmediatista de la política cultural de nuestros gobiernos, la cual por lo general obedece a intereses políticos coyunturales, y a tabúes, miedos y prejuicios de diversa índole.
Siendo Santo Domingo de Guzmán la “Ciudad Primada de América”, resulta penoso que no cuente con una zona colonial acondicionada a la altura de su valor histórico, ni con un conjunto de museos, monumentos y espacios públicos hermosos, atractivos, interesantes y seguros, conforme a como existen en la mayoría de las ciudades capitales de América Latina, para no hablar de las europeas y norteamericanas, en los cuáles se exponga el acervo cultural dominicano en todas sus manifestaciones y los ciudadanos y turistas puedan caminar entre ellos, apreciarlos y disfrutarlos a plenitud.
Pero reitero, prefiero ser optimista o ingenuo, y esperar que más pronto que tarde, nuestros gobernantes valoricen en su justa dimensión nuestros valores históricos y culturales, nuestros sectores y lugares más importantes, emblemáticos y trascendentes, aunque sea pensando en el atractivo turístico de los museos y monumentos majestuosos que podrían construirse y los ingresos que aportarían al fisco sus visitantes nacionales y extranjeros.
Santo Domingo, y de manera especial todo el entorno de Ciudad Nueva y la zona colonial, debería convertirse en un área que siempre se encuentre limpia y hermosa, con espacios públicos suficientes y amplios para caminar, en los cuáles se pueda disfrutar de los aires que provienen del mar Caribe y de los símbolos arquitectónicos que enaltecerían los rasgos coloniales y contemporáneos de la historia dominicana.
Debería ser nuestra ciudad capital, por su relevancia histórica, si no la mayor, una de las ciudades con mayor atractivo turístico y cultural en toda América.
El autor es abogado. Reside en Santo Domingo.