Los diplomáticos gozan de una histórica fama; los persigue una popularidad sin igual, enmarcada en el glamour, privilegios, lujos, recepciones, exoneraciones e inmunidades, entre otros favoritismos. Se trate de un diplomático político, o de carrera, la vida del diplomático goza de realce y notoriedad. Ahora bien, y en respuesta a la pregunta que muchos se hacen: Se circunscribe realmente la vida de un diplomático a una copa, festejos, encantos y seducción?
Esa percepción universal dicta mucho de la realidad. El hecho de estar en un país hoy, amanecer en otro mañana, y trasladarse al próximo, antes de 24 horas posteriores a una cena, causa inestabilidad, no solo al representante, y sí, además, al resto de su familia. Sus costumbres, su cultura, familiares y amistades, son algunos de los asuntos que se ven trastocados en la vida del diplomático. Expresiones como: “mi amigo de la infancia”, “el lugar emblemático de nuestra familia a la hora de festejar”, y “aquí disfruté por 10 años, del mejor helado”, son expresiones que los hijos de los diplomáticos, no podrán enunciar. Escenarios diferentes, lugares diferentes con hábitos y ordenamientos distintos, sumado en ocasiones a idiomas diferentes, forman parte del día a día del “glamuroso” funcionario. Parece simple, más, entornos que cambian con frecuencia y la falta de cercanía con la gente querida, entre otras carencias, son factores que jamás compensará la más alta tecnología. Así es amigo que me lees, no solo se vive una gran soledad, el diplomático y su gente, experimentan fuertes sentimientos de nostalgia y melancolía, que superan la fascinación y el glamour.