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Francisco Maldonado

Mercenarios o comunicadores?

En una época donde la demagogia, la calumnia y el oportunismo rigen los diferentes designios de la sociedad, vemos con impotencia absoluta como estas acciones negativas son las que dirigen la política nacional. Todas tienen en común que utilizan la comunicación para lograr los objetivos trazados.

El problema es que todo es regido por una mala comunicación, una torcida aplicación de una noble y necesaria profesión. En ese trayecto vemos la transformación de reputados y buenos profesionales de la comunicación, los que por razones diversas mutan en esa área hasta convertirse en serviles relacionadores públicos. En muchos casos, en “mercenarios de la comunicación”.

Cuando se llega a este punto, la integridad y lo básico que se aprende en el oficio de la comunicación se transforma en el clientelismo, donde sin importar de qué se trate, se busca hacer quedar bien al cliente sin importar su condición, o en su defecto, pretender minimizar acciones negativas distrayendo al público con otros detalles (algo muy similar a los defensores de criminales confirmados).

Eso es lo que pasa actualmente con los periodistas de la República Dominicana - algo que va más allá de nuestras fronteras - donde la pasión o interés por informar se convierte en un vehículo para lucro personal rápido, sin importar el daño que se hace al oficio. Esto crea una percepción errada de que la pluma (o tecla) de  todos los profesionales de la comunicación está a disposición del individualismo clientelar, y no del colectivo ávido de información.

El significado de relaciones públicas indica que es una actividad profesional que se ocupa de promover o prestigiar la imagen pública de una empresa o de una persona mediante el trato personal con diferentes personas o entidades. Eso quiere decir que no hay espacio para la neutralidad en la información, ya que la misión es hacer que el público vea con buenos ojos de lo que se habla o muestra.

Un comunicador es una persona como organización que se dedica a transmitir eficientemente un mensaje a un público objetivo a través de un medio de comunicación; también es quien realiza un trabajo social para informar, expresar y convencer en cualquier medio masivo de comunicación. Eso quiere decir que la meta es informar indistintamente, guste o no la información, pero con neutralidad.

En la situación actual vemos cómo los medios de consumo masivo están plagados de periodistas y comunicadores, cuya objetividad e imparcialidad es nula, con un criterio totalmente comprometido. Están tan sesgados en sus propias justificaciones, que en sus exposiciones o publicaciones se creen sus propias invenciones y acciones.

Otros comunicadores más expertos y sosegados, muy diestros en la oratoria y la redacción, hábilmente disfrazan sus compromisos clientelares con enfoques correctos e informaciones reales. Esto crea aureola sobre la información misma que termina por cambiar el contexto, dando esto más peso a la percepción que a la noticia misma.

En todo caso, el arte de la palabra ante la opinión pública es una de las armas más preciadas por los empresarios, políticos y gobernantes, quienes reconocen en los comunicadores un aliado vital para lograr llegar a las masas, y en definitiva, lograr sus metas.

Justo es destacar que hay una mínima expresión de profesionales de la comunicación y periodismo que siguen haciendo un trabajo digno, con una vocación real de informar y contribuir así a la sociedad. Estos comunicadores igualmente son tentados, y en algunos casos tienen los medios para presionar o extorsionar si así lo quisieran, pero no lo hacen y no ceden a esos recursos que eventualmente habrán de sacarles facturas.

Apena mucho ver cómo talentosos periodistas y comunicadores caen en lo más denigrante por hacer uso incorrecto de las facilidades propias de sus profesiones. Personas que en su pleno apogeo descuidaron lo básico y su imagen por venderse descaradamente. Pasado el momento esas personas están “quemadas” ante la opinión pública y son repudiadas por sus propios colegas. Las personas o empresas a las que cobraban por servicios más allá de los que les correspondían, son las primeras en ignorarlos y apartarlos (son vistos como parásitos).

Vale la pena traicionar el espíritu real de la vocación comunicacional, echar por la borda la satisfacción de hacer lo correcto, ignorar los principios básicos de la comunicación y todo lo que eso conlleva?

Vale la pena el bienestar a expensas de la mentira, alimentar el ego en perjuicio de las consecuencias de mala práctica al informar, ostentar logros inmerecidos?

Puedo ser un soñador o iluso, pero yo creo que no vale la pena ninguna opción más allá de la ética y correcta. Nada vale más que la tranquilidad.

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