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José Carvajal

Las clases de Julio Cortázar

Podría empezar señalando por lo menos dos equivocaciones de Julio Cortázar, según las notas de las ocho clases de Literatura que dictó en 1980 en Berkeley y publicadas en formato de libro por el sello Alfaguara, en 2013.

Sin embargo, las equivocaciones del escritor, que señalaré más adelante por manía de corrección historiográfica, no afectan la extrema importancia de sus lecciones ante un grupo de estudiantes y oyentes. De modo que leer este libro es como asistir a unas clases donde Cortázar cuelga la fama para convertirse en un pobre cronopio con todas sus virtudes y defectos, y donde es capaz de bajar del podio para entregarse con la vocación que se espera del buen maestro, esta vez ante la reducida audiencia de la que termina siendo amigo.

Cito las sinceras palabras de Cortázar al concluir la última clase: «En cuanto a mí, yo les mandaré las únicas cartas que puedo escribir por falta de tiempo que son mis libros, así como cada nuevo libro que salga de mí tómenlo por favor como si fuera una carta que yo le dirijo a cada uno de ustedes. Quiero decirles que les agradezco profundamente la fidelidad y la atención con que han seguido esto que no era un curso, que era algo más creo yo: un diálogo, un contacto. Creo que somos todos muy amigos. Yo los quiero mucho y les doy las gracias.»

En realidad no fue un diálogo sino varios diálogos que se dieron luego de excelentes exposiciones, algunas autocríticas, orientadas hacia los temas puestos sobre la mesa en el siguiente orden:
–Primera clase: Los caminos de un escritor.
–Segunda clase: El cuento fantástico I: el tiempo.
–Tercera clase: El cuento fantástico II: la fatalidad.
–Cuarta clase: El cuento realista.
–Quinta clase: Musicalidad y humor en la literatura.
–Sexta clase: Lo lúdico en la literatura y la escritura de «Rayuela».
–Séptima clase: De «Rayuela», «Libro de Manuel» y «Fantasmas contra los vampiros multinacionales».
–Octava clase: Erotismo y Literatura.

Para la edición del libro de más de 300 páginas se agregaron como apéndice dos textos que podríamos llamar «extracurriculares»: 1) La literatura latinoamericana de nuestro tiempo; y 2) Realidad y literatura. Con algunas inversiones necesarias de valores.

Eso resume grosso modo el libro «Clases de Literatura». Sin embargo, las lecciones no están en lo que se ve sino en lo que se lee, y en lo que aquella audiencia tuvo la oportunidad de escuchar de primera mano en la voz de uno de los autores latinoamericanos más influyentes del siglo XX. Cuando habla de «Rayuela», Cortázar se desnuda en cuerpo y alma para explicar cómo fue que armó la novela que para muchos no deja de ser un rompecabezas, por la creativa propuesta de presentar la posibilidad de por lo menos dos lecturas distintas si se siguen los dos ordenamientos de capítulos que anuncia el libro. Cito de la sexta clase:

«Por eso “Rayuela” dice en su primera página que a su manera es muchos libros pero sobre todo es dos libros y que se puede leer de dos maneras: la primera es muy sencilla, es como cualquier libro, sólo hay que llegar hasta el capítulo, no sé, sesenta, y todo lo que sigue no hay para qué leerlo; entonces al que le guste leer una novela como cualquier novela, literalmente, lo lee desde el principio hasta ese capítulo y se olvida de lo demás porque si lo lee después no entiende nada porque son cosas aparentemente inconexas, sin ninguna relación aparente. La segunda manera de leerlo consiste en seguir una especie de salto continuo que se hace en el interior del libro…»

Más adelante el escritor revela cómo surgió el orden y el «orden irregular» de la novela, cuya primera edición se publicó en 1963:

«Debo decir que muchos críticos han pasado muchas horas analizando cuál pudo haber sido mi técnica para mezclar los capítulos y presentarlos en el orden irregular. Mi técnica no es la que los críticos se imaginan: mi técnica es que me fui a la casa de un amigo [Eduardo Jonquières] que tenía una especie de taller grande como esta aula, puse todos los capítulos en el suelo (cada uno de los fragmentos estaba abrochado con un clip, un gancho) y empecé a pasearme por entre los capítulos dejando pequeñas calles y dejándome llevar por líneas de fuerza: allí donde el final de un capítulo enlazaba bien con un fragmento que era por ejemplo un fragmento de un  poema de Octavio Paz (se cita uno), inmediatamente le ponía un par de números y los iba enlazando, armando un paquete que prácticamente no modifiqué. Me pareció que ahí el azar –lo que llaman el azar– me estaba ayudando y tenía que dejar jugar un poco la casualidad […] Creo que no me equivoqué; tuve que modificar dos o tres capítulos porque la acción empezaba a ir hacia atrás en vez de adelantar, pero en su inmensa mayoría esa ordenación en diferentes capas funcionó bastante satisfactoria para mí y el libro se editó de esa forma.»

Toda esa –enfatiza Cortázar– es la historia física de «Rayuela».

Otro libro de rarísima factura entre las obras del escritor argentino es «Historias de cronopios y de famas». Son textos cortos protagonizados por esos dos tipos de personajes que se agrupan en las categorías nombradas en el título del pequeño libro, muy popular por cierto entre cortazarianos enfermizos, que existen por todas partes; hay incluso muy malos imitadores –pienso en el dominicano René Rodríguez Soriano– producto de la obsesión de querer parecerse o escribir como Cortázar.

En la misma sexta clase citada, antes de referirse a la estructura de  «Rayuela», Cortázar abre el tema de lo lúdico en la literatura explicando cómo creó esos tipos de personajes que llamó cronopios y famas.

«Esas historias de cronopios y de famas empezaron de una manera bastante misteriosa para mí, nunca he sabido cómo. La anécdota es que un día estando en un teatro de París hubo un intervalo entre dos momentos de un concierto y yo estaba solo, distraído, pensando o no pensando, y en ese momento tuve la visión –una visión interior, desde luego– de unos seres que se paseaban en el aire y eran como globos verdes. Yo los veía como globos verdes pero con orejas, una figura un poco humana, pero no eran exactamente seres humanos. Al mismo tiempo me vino el nombre de esos seres que era “cronopios”. (Los críticos luego han buscado si la palabra cronopio tiene alguna relación con el tiempo, por lo de Cronos, el dios del tiempo. No, en absoluto; no tiene nada que ver con el tiempo. La palabra cronopio me vino como muchas otras palabras imaginarias que me han venido a lo largo de los años, y se asociaba con esa imagen de personajes muy simpáticos que flotaban un poco, hasta el momento en que el concierto continuó y me olvidé.) Cuando volví a mi casa, en los días siguientes, los tuve de nuevo presentes; entonces se produjo una especie de disociación: no sabía lo que eran los cronopios ni tampoco sabía cómo eran, no tenía la menor idea, pero la disociación se produjo porque aparecieron los antagonistas de los cronopios a los que llamé “famas”. (La palabra “fama” también me vino así. Quiere decir en español lo famoso, la fama, la gloria; evidentemente ahí había una intención un poco irónica porque a los famas los vi siempre con mucho cuello, mucha corbata, mucho sombrero y mucha importancia.) Esa disociación se produjo automáticamente: a los cronopios, por contraste con los famas, los sentí como realmente eran: unos seres muy libres, muy anárquicos, muy locos, capaces de las peores tonterías y al mismo tiempo llenos de astucia, del sentido del humor, una cierta gracia; en tanto vi a los famas como los representantes de la buena conducta, del orden, de las cosas que tienen que marchar perfectamente bien porque si no habrá sanciones y castigos.»

No cabe duda de que la publicación de estas Clases de Literatura de Cortázar es un acierto de la industria editorial en español. Y que la importancia y la hondura de los temas tratados en cada encuentro obligan a dejar de lado cualquier equivocación o lapsus del autor. Creo que los mismos que observé en mi lectura no habrían llegado al libro si el propio Cortázar hubiera tenido la oportunidad de revisar el material antes de publicarse, cosa que no ocurrió porque falleció cuatro años después de las clases. Además, la idea del libro parece un proyecto póstumo ejecutada a los 29 años del deceso del escritor.

La primera equivocación o lapsus –ya que tal vez se trató de un asunto más de oralidad que de escritura– se advierte en el primer encuentro. Allí Cortázar dice: «Cuando la Revolución cubana triunfó a fines de 1959…» El error estuvo en decir «a fines…», porque en realidad fue a principios, muy a principios, el 1 de enero de 1959.

En la Quinta Clase, Cortázar dice «José Herrera y Reissig» al referirse al clásico uruguayo Julio Herrera y Reissig (1875-1910). Ese lapsus fue advertido por el editor del libro Carles Álvarez Garriga, pero este solo colocó las iniciales «sic» al lado del nombre José, sin aclarar en nota al pie de página el nombre real del autor uruguayo. El «sic» significa que Cortázar lo dijo o escribió tal cual.

La tercera equivocación atribuible a Cortázar tiene que ver con un arriesgado invento literario que lanzó con el propósito de aprovechar el uso de su imagen en una publicación popular a mediados de los años setenta del siglo pasado en México. Pero no quiero abusar del tiempo de ustedes y ya no me atrevo a exceder las poco más de 1,6oo palabras que conforman este artículo entre las amplias aunque necesarias citas de Cortázar y lo que apenas he podido decir, por lo tanto me veo obligado a prometer una segunda entrega.

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