Mirian Ventura
La creación del Instituto de los Dominicanos en el Exterior
Westchester NY.- De manera sistemática y casi necia, por años, desde dentro y fuera he venido insistiendo en la imperiosa necesidad de redirigir la trayectoria que ha seguido hasta el día de hoy lo que en un principio se conformo como casa de la cultura dominicana en New York, y que luego fue transmutada a lo que actualmente existe el Comisionado Dominicano de Cultura en Estados Unidos.
Los palos a ciegas, a tontas y a locas dados por la encarnación de una y otra entidad, no dejan más camino que clamar casi por su disolución para dar paso a un órgano verdaderamente representativo de las aspiraciones, necesidades y urgencias culturales, educativas y de diversas índoles que requieren el casi millón de dominicanos radicados en la urbe neoyorquina.
Como hay un nuevo gobierno, necesitamos una visión renovada, pues si ha de mantenerse la centralización de la cultura a partir de una cierta dependencia del Estado dominicano, y de las variadas concepciones de la dominicanidad en el exterior (diáspora, exilio, transnacionalidad), entonces debemos hacerla coincidir en el proceso de evolución, pero bajo la sombrilla de una institución más funcional, algo así como un Instituto de los Dominicano en el Exterior.
Amén de algunos aciertos, la lista de la disfuncionalidad del Comisionado es larga, y va desde gerencia muchas veces errática, inducción a cierto parasitismo cultural, hasta ferias de libro instrumentalizadas y politizadas.
Por ejemplo, en el primer periodo de gobierno de Leonel Fernández, en la primera encarnación de la feria del libro dominicano en la Gran Manzana, la ex primera dama, Margarita Cedeño de Fernández, durante la gestión del ex comisionado Franklin Gutiérrez, -inventor del Comisionado-, fue la figura de escaparate, con un coro de homenajes a Daysi Cocco de Filippis, académica uña y carne de Gutiérrez, que en esa oportunidad no tuvo los miramientos y las preocupaciones partidistas mostradas en gobiernos pasados cuando se le ofertaron la realización de iguales reconocimientos.
Para rematar el constante desbarajuste del Comisionado Dominicano de Cultura, cabria señalar en esta oportunidad su “evento estrella”, la llevada y traída 6ta. Feria del Libro Dominicano, que esta vez hasta contó con corte de cinta del flamante ministro de Cultura José Antonio Rodríguez, quien sin ton ni son, vino a hurgar un pastel ya horneado, un evento con toda la parafernalia de la cultura como espectáculo, incluyendo bachateaos y merengueos en el United Palace, que nada tienen que ver con el quehacer libresco.
No sería descabellado decir que el Ministro, después de pasearse con un montón de funcionarios conferencistas se marcha al país, para inmediatamente denigrar y ningunear un evento trascendental como la Feria Internacional del Libro, establecida desde la gestión del ex ministro de Cultura Tony Raful, en el gobierno de Hipólito Mejía y que mantuvo, amplió y le dio nuevos alcances el ministro saliente, José Rafael Lantigua.
Basta de homenajes vacíos para extender vacuos reconocimientos a ex funcionarios del mismo comisionado que es como cantarse y llorarse; basta por demás de la exaltación sin sentido de autores sin obra, o con ellas pero logradas bajo tejemanejes y componendas con editoras de dudosa representatividad en RD.
Con la creación de un Instituto del Dominicano en el Exterior, se abrirían otras fronteras culturales y no se limitaría a concebir un protagonismo desde la auto proclamación de muchos como poetas, pintores, decimeros, actrices, dramaturgos, sino que el compendio daría la justa dimensión al concepto de la cultura, que a mi modo de ver debe incluir la emigración en su identidad y expresión, o parodiando al poeta Matthew Arnold, de la Gran Bretaña victoriana, cultura es “entrar en contacto con lo mejor que se ha pensado y dicho en el mundo”, y me permito agregar para nuestro caso, en la dominicanidad de Nueva York…, y claro está, que sirva de nexo con la otra dominicanidad del país y que a la par se debe exaltar con sus figuras relevantes en las artes y la cultura, en todo centro e institución de dominicanos en el exterior.
Porque cultura es todo lo que tiene vital importancia individual y comunitaria; en comunidades y gobiernos como el de México, España e Italia, para solo citar tres casos, sus institutos dirigidos a sus núcleos nativos en el exterior albergan en un solo espacio físico y conceptual sus casas culturales, sus centros de orientación para los artistas, inmigrantes, recién llegados con perspectivas de establecerse, los de condición transnacional, los exiliados en sus diversas connotaciones y los que se asumen diáspora.
Sus gobiernos, en coordinación con las instituciones, comisionados, centros para las artes y los concilios que operan con dineros del Estado y los mecenas en Estados Unidos, ofrecen una amplia gama de servicios, que van desde apoyo y financiamiento a centros, museos y autores consagrados hasta los pequeños círculos locales de lectores, organizadores culturales en los vecindarios y a los amantes e iniciados en las artes, todo ello, con un algún tipo de centralización en el que no interviene el instrumentalismo y mucho menos el relajamiento de las artes.
Con los parámetros definidos, cada cual se ve compelido a reconocer su rol en cada género, sin sobrevaluarse o creerse la ultima Coca-cola del desierto.
Si el gobierno dominicano creara un Instituto de los dominicanos en el Exterior bajo premisas parecidas a las citadas, se evitarían los excesos que ha prohijado y amamantado el actual Comisionado en las áreas de teatro, poesía, dramaturgia y otros géneros.
Un simple pase de revista a la labor y acción del Comisionado Dominicano de Cultura en Estados Unidos, daría como saldo: Parasitismo y centralismo culturales, una reducción total del activismo cultural independiente, la ausencia de tertulias, un cierto desinterés por la promoción de los verdaderos valores culturales de la dominicanidad en el exterior y ninguna o casi ninguna exaltación de nuestros grandes autores, movimientos y manifestaciones literarios.
Creando un Instituto de los Dominicano en el Exterior, se le daría vigencia y paso a otros conceptos de cultura que incluyan el folclor, la música, el lenguaje de los artistas con discapacidad; se le daría paso a las Casas Culturales locales e interestatales: La casa de la cultura de los dominicanos del Sur del Bronx, casa de la cultura del Northwest Bronx, y espacios similares en el Norte o Sur de Westchester o de Queens. Se crearían las de Massachusset o la Casa de la Cultura de los dominicanos de Pennsylvania, por ejemplo.
Todo bajo estudios estadísticos y poblacionales, para establecer las áreas de mayor concentración de quisqueyanos, y proceder a coadyuvar con esa población de dominicanos para crearles sus espacios para la cultura, la asesoría en áreas diversas y neurálgicas de su vivencia en USA.
El Instituto de los Dominicanos en los Exterior, tendría en su recinto a un representante o dos de estas Casas de la Cultura con oficina propia desde donde monitorear, crear enlaces y afianzar su condición dentro de dicho Instituto y su condición dentro del mosaico cultural de Nueva York.
Creo que este nuevo gobierno, para dar cabida y enarbolar una nueva visión de administración de la cosa pública, debe también hacerlo en el campo de la gerencia cultural.
Propusimos en una ocasión al ex ministro de cultura Tony Raful, la creación de un Instituto o centro de las artes, y que en documentos titulamos Centro para las Artes Carlos Rodríguez, en la medida en que las discusiones entre los artistas y foros, tanto con los artistas del disuelto Consejo Consultivo como con las distintas casas de cultura de diferentes comunidades latinas en NY (se realizaron tres) comprendimos que la condición migracional y la educación no podían quedar fuera, de modo que la idea de consenso se dirigió hacia un Instituto de los Dominicanos en el Exterior.
Con su creación, se facilitaba una dinámica creativa: Participación, coauspicio, y autofinanciamiento.
La diversificación en el arte no es tarea simple. Todos quieren ser poetas, pintores, novelistas, etc., es una especie de síndrome de la nostalgia y el anonimato que se da ciertamente en las poblaciones de emigrantes.
Canadá, con su carácter multicultural, ha resuelto en parte ese problema al crear el Fondo para los Espacios Culturales de Canadá y el Consejo de las Artes de Canadá, al que pueden acceder inmigrantes de distintas lenguas en diversos sectores, vecindarios, pueblos, valorizando la cultura de cada inmigrante y tomando en cuenta la opinión y asesoría de artistas individuales y profesionales en múltiples vertientes de las artes y la migración.
Un Instituto de los Dominicanos en el Exterior afirmaría la identidad cultural nuestra dentro de la urbe y toda la Unión Americana, daría apoyo a los creadores y a las artes, sería un facilitador para el acceso y la participación de los dominicanos en la vida cultural tanto de RD como Nueva York, y hablo de Nueva York porque, hasta prueba en contrario, es donde mayor dominicanos se concentran.
Si de cierto hacer lo que nunca se ha hecho ha de sobrepasar las demagogias propias de toda campana presidencial, el nuevo mandatario debería darle validez efectiva en lo que a los dominicanos en Estados Unidos respecta, disolviendo de hecho y de derecho el inadecuado e inoperante Comisionado de Cultura en Estados Unidos para dar paso a un Instituto de los Dominicano en el Exterior que relance y encarne de manera efectiva las aspiraciones de una comunidad en la orfandad de instituciones que validen y potencien la expresión de su cultura.
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