El Brexit, los ensayos balísticos de Corea del Norte, la lucha contra el Estado Islámico, o el creciente involucramiento de Rusia y China en la arena internacional son algunos de los asuntos que más preocupación han suscitado en este 2017. Estos, y otros hechos de especial relevancia mediática, se caracterizan por presentar un elevado nivel de incertidumbre en su desarrollo y pueden afectar de manera negativa a ciertas empresas, sectores productivos o, incluso, los intereses de algunos Estados.
Es en este sentido en el que se entiende la creciente atención que el tratamiento del riesgo político ha venido experimentando en los últimos años, lo cual también terminaría por explicar, de alguna manera, el resurgimiento del análisis geopolítico como base de la toma de decisiones corporativas en entornos y mercados complejos en los que interactúan diversos actores y se contraponen múltiples intereses.
El concepto de riesgo político se define como la vulnerabilidad y/o amenaza que acarrean ciertos eventos y decisiones políticas para inversionistas, compañías e, incluso, los Gobiernos. En este sentido, hay que destacar que cualquier metodología analítica de riesgos políticos tiene en cuenta indicadores cuantitativos y cualitativos; cubre tanto las cuestiones socioculturales como las de tipo político; tiene en cuenta la naturaleza de las interacciones con otros actores y sus intereses; y, además, necesariamente presenta una dimensión prospectiva.
Expropiaciones, conflictos sociales, existencia de corrupción institucional o crimen organizado, cambios legislativos o de gobierno, guerras, o fluctuaciones en el precio de determinadas materias primas son una pequeña muestra de contingencias que afectan a la actividad económica de numerosos sectores y, todavía, son tomadas como imprevisibles por muchos. La realidad es que la mayoría de estas eventualidades no aparecen de forma repentina; todas ellas responden a un contexto y se van fraguando con el tiempo, por lo cual, verdaderamente pudieran ser previstas o, al menos, pronosticadas.
A pesar de que la importancia del análisis de riesgo político resulta evidente, aún son frecuentes los casos en los que la falta de consideración de las perspectivas sociales, culturales y políticas en la toma de decisiones ha supuesto cuantiosas pérdidas económicas a aquellos que han obviado esta parte de la ecuación. Esto se debe, principalmente, a la subordinación que esta disciplina ha tenido históricamente respecto a otros riesgos de tipo financiero, muy posiblemente motivada por una infravaloración de los efectos que tienen los aspectos políticos en un mundo global.
En este punto, interesa poner de manifiesto que, en contra de las voces que promulgaban el fin de la geografía en aquel tiempo en el que se intuía un mundo unipolar, esta disciplina se encuentra de plena vigencia, ya que en la actualidad suele resultar esencial incluir la variable territorial en los estudios sociales. Los avances tecnológicos y su incidencia en las comunicaciones han reducido los tiempos y procesos, pero las interacciones humanas continúan llevándose a cabo en lugares concretos que se interrelacionan y conectan los unos con los otros de las más diversas maneras. Por ello, la geografía es la ciencia que mejor se posiciona para enriquecer el análisis del riesgo político —bautizado así como riesgo geopolítico—, ya que permite considerar, a diferentes escalas de trabajo y como ninguna otra disciplina, algo tan fundamental como las diversas dinámicas de poder que se dan en el espacio.
Por todo lo mencionado anteriormente, es perfectamente posible vislumbrar que la integración del conocimiento geográfico terminará por trascender definitivamente el ámbito de las agencias de inteligencia y de los Estados Mayores, y se integrará de forma multidisciplinar en el campo del análisis de riesgo político para la toma de decisiones en los negocios.