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José Carvajal

Paraguay sin pena ni gloria

Si de algo debe servirnos el haber tenido Paraguay como invitado de honor de la Feria del Libro de Santo Domingo, sería para darnos cuenta que en materia literaria ese país sudamericano tiene muchísimo menos que ofrecer que República Dominicana. Sin la egregia figura de Augusto Roa Bastos, Premio Cervantes 1989 y autor de “Yo el Supremo”, la notable novela sobre el dictador José Gaspar Rodríguez de Francia, Paraguay ni siquiera hubiera alcanzado notoriedad en el mapa literario de América Latina. Es más, casi se podría decir como verdad irrebatible que Paraguay sería el país más rezagado del continente en asuntos de letras, después de Bolivia. Pero a veces falta solo un buen escritor con atención profesional para hacer de un país olvidado algo grandioso, para convertirlo en interés universal. Ocurrió así con pequeñas naciones de Centroamérica: Nicaragua debe todo su histórico esplendor literario a Rubén Darío; y Guatemala nos entrega la firma de Miguel Angel Asturias. La obra de Darío influyó en toda la América hispánica, además de España, y la de Asturias llevó a esa nación al podio más elevado de las letras mundiales al ganar el Premio Nobel de Literatura 1967.

De todas maneras, Paraguay como invitado de honor de la Feria de Santo Domingo 2017 no fue un desacierto, siempre y cuando tengamos la capacidad de compararnos, no alabando todo lo exótico y folklórico que traen otros de fuera, sino valorando lo que poseemos en casa. En otras palabras, hay que retirarse de las ventanas para apreciar lo que tenemos dentro. Y la literatura dominicana urge de una atención inmediata, porque está “enferma de Poder” —o de “matonismo intelectual” como diría Hobsbawm y más tarde George Orwell—, además de entregada irremediablemente a las circunstancias políticas y no tanto económicas del país.

Pero insisto que Paraguay no fue un desacierto. Primero porque fue la decisión “colegiada” —como diría Pedro Vergés— del Ministerio de Cultura, y eso debe respetarse; y segundo, por la oportunidad que nos da de saber que a pesar de nuestra urgencia de atención literaria, no estamos entre los peores de América Latina. En el caso nuestro creo que seguimos aislados por falta de experiencia, por escape de recursos hacia propósitos que no aportan al crecimiento de nuestros escritores que, insisto, deben profesionalizarse (o ser profesionalizados) para poder competir más allá de la sal y la arena de nuestras costas. Pienso que la Editora Nacional, con la nueva imagen anunciada durante la Feria, puede ayudar a la dignidad del escritor dominicano, contratándolo por la calidad de la obra y pagándole lo que merece por ella. Las ferias son buenas, pero no son para los escritores sino para los que mueven la industria del libro que es la que paga los derechos de autor.

De hecho, en los últimos años la presencia del autor en eventos públicos es solo un mecanismo para incentivar las ventas. En la mayoría de los casos, estar en esos lugares es un fastidio o un trabajo forzoso para el escritor profesional. Esto último me recuerda lo que me dijo en su casa de New Brunswick, en New Jersey, el ya fallecido argentino Tomás Eloy Martínez, autor de la famosa novela “Santa Evita”. Estaba loco porque terminara el año en que obtuvo el Premio Alfaguara 2002, porque paradójicamente el recibirlo no le permitía escribir debido a los compromisos de andar de feria en feria para motivar la venta de la novela premiada (“El vuelo de la reina”). Lo mismo ocurrió con Mario Vargas Llosa cuando ganó el Premio Nobel de Literatura 2010, pues los compromisos extraliterarios no lo dejaban concentrarse en el oficio que lo había llevado al estrellato mundial. Le cambió tanto la vida que lo hizo público: “Tengo tal exceso de cosas en la cabeza que me cuesta muchísimo escribir. Espero sea pasajero”.

Estoy seguro que no deja de haber esperanzas en lo que pueda hacer la Editora Nacional en beneficio de los escritores dominicanos, aunque en muchos autores (quisera decir la mayoría) sigue latente el temor de que el sello oficial se comporte como lo que es, un organismo del Estado con más intereses políticos que literarios. Y es que para nadie debe ser un secreto que los gobiernos invierten cuantiosos recursos en mantener el control de la cultura a todos los niveles. Orwell lo observó de esta manera: “El Estado moderno requiere, por ejemplo, escritores de panfletos, cartelistas, ilustradores, radiodifusores, conferenciantes, productores de cine, actores, compositores de canciones y hasta pintores y escultores, y esto por no mencionar los psicólogos, sociólogos, bioquímicos, matemáticos y algunos otros”. Orwell anotó además que a mediados del decenio de los años cuarenta del siglo pasado, en Gran Bretaña “casi todos los escritores, aunque su historial político o sus opiniones fueran indeseables, han sido reclutados por algún ministerio o la [agencia estatal de noticias] BBC, y hasta los que se enrolan en las fuerzas armadas, terminan, después de un tiempo, en el departamento de relaciones públicas o en algún otro empleo esencialmente literario”.

En realidad, la renovada esperanza del autor dominicano no es precisamente en la Editora Nacional, sino en la confianza que parece tener en el ministro de Cultura, el también escritor Pedro Vergés. Sin embargo, el primer gran trabajo de Vergés sería poner fin al temor de represalia (algo que sucede de manera subrepticia) por pensar diferente al oficialismo; esa “cobardía intelectual” que según el propio Orwell “es el peor enemigo al que tiene que enfrentarse un escritor o periodista”. De modo que lo que ocurra con el “renovado” sello estatal, y su relación con los autores del país, dependerá de la experiencia de Vergés y su consejo editorial “colegiado” en los menesteres de una industria que requiere de mucho más que calidad estética y rigurosidad académica para colocar lo mejor de una literatura (en este caso dominicana) en el lugar que merece.

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