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Luis R. Decamps R.

El ostracismo de Leonel: ¿Culpa o ingratitud?

El 18 de noviembre de 1973, el profesor Juan Bosch, entonces presidente y líder máximo del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), se retiró bruscamente de una reunión del Comité Ejecutivo Nacional cuyo sesgo no aprobaba, y al día siguiente, en compañía de un pequeño grupo de adeptos, anunció la formación del Partido de la Liberación Dominicana (PLD).

En la dirección del PRD desde hacía un tiempo se desarrollaban importantes contradicciones (unas de naturaleza individual que se referían a estilos y métodos, pero las más de carácter institucional que abarcaban lo ético y lo ideológico), y aunque la inesperada postura de Bosch pareció en principio un acto de soberbia personal, en realidad fue el desenlace de una crisis de identidad partidaria que ya se hacía incontenible.

Las circunstancias en que nació el PLD (formalmente constituido el 15 de diciembre del citado año) indicaron, más allá de las conjeturas y las elucubraciones teóricas, que Bosch había decidido formar una nueva entidad política con base exclusivamente en sus concepciones sobre la política y la realidad nacionales: el planteamiento de que el PRD había cumplido “su misión histórica” reflejaba no solo una ruptura con los restantes líderes de la entidad sino también, y fundamentalmente, con sus ideas y sus estilos y métodos de trabajo y dirección.

En otras palabras: el PLD fue creado “a imagen y semejanza” del pensamiento de Bosch, independientemente de que la declaración oficial de la entidad en el sentido de que asumía el “boschismo” como su ideología oficial se produjo quince años después (el 18 de febrero de 1988, a través de un documento redactado por el doctor Euclides Gutiérrez Félix) bajo otras condiciones históricas.

El PLD boschista experimentaría múltiples desafecciones internas (1978, 1984, 1992, por ejemplo), pero se mantendría ideológicamente incólume hasta 1990, cuando a propósito de los resultados de las elecciones generales de ese año estallaron en su seno discrepancias que en el primer trimestre del siguiente provocarían la renuncia de Bosch de la organización (15 de marzo de 1991) denunciando que en ella se había desarrollado “una corriente oportunista interesada sólo en escalar cargos públicos y obtener dinero”.

Aunque el ilustre polígrafo de La Vega luego retiraría su dimisión, esos incidentes dieron impulso a un verdadero proceso de liquidación del PLD boschista, y por boca del licenciado Norge Botello el país supo con toda certidumbre que en la entidad se debatían dos lineas: una intransigente, que defendía el mantenimiento de la fisonomía ética e ideológica original; y otra pragmática, que apostaba por una “potabilización” basada en el abandono del “romanticismo”, las “necedades” (atribuidas a Bosch) y las “inflexibilidades”.

Como es harto sabido, ya en 1993 la segunda línea se había impuesto sobre la primera, pero no como consecuencia de una decisión consciente de la mayoría de los dirigentes y miembros del PLD: en realidad, a ello contribuyeron básicamente el deterioro de la salud de Bosch, la férrea disciplina interior y la absoluta confianza de las bases en sus órganos supremos de conducción: el Comité Político y el Comité Central. Por supuesto, no dejaron de producirse contestaciones aisladas: en principio, la labor de “curetaje” ético e ideológico encontró reservas, básicamente, en viejos fundadores, dirigentes ortodoxos y miembros o simpatizantes de alma blanca.

La escasa resistencia interna fue vencida por votación o por inercia, y al concluir el traumático proceso electoral de 1994 ya era un hecho la liquidación del PLD boschista: el fenómeno fue evidente en el lenguaje de los nuevos voceros peledeístas: empezaron a hablar de “defensa de la democracia”, de alianzas electorales “para llegar al poder” y de que “en política se hace lo que conviene”... Atrás quedarían la verticalidad moral, el radicalismo conceptual y la duartiana pureza militante de Bosch.

Ahora bien, si había un cadáver, obviamente alguien tenía que actuar como sepulturero... El problema era seleccionar a la persona indicada... Y la que mejor cuadraba para ello estaba a la vista: un joven líder de rostro corriente, porte profesoral, prestigio bien ganando y excelente manejo del escenario que había sido compañero de boleta de Bosch para las elecciones más recientes: el doctor Leonel Fernández.

En la lógica de los barones del PLD no había mejor enterrador que el último favorito del fundador, por lo que esto significaba ante la militancia de la organización y por las molestosas aspiraciones de aquel. Y el doctor Fernández cumplió con su rol: convertido en candidato presidencial en 1996, sustituyó la estrategia de la “liberación nacional” por la promesa de hacer del país “un Nueva York chiquito”, y se avino a la entonces absolutamente inverosímil constitución del “Frente Patriótico”, un cruce de maco y culebra dirigido a “cerrar el camino malo” que, según el doctor Balaguer, representaba la candidatura del doctor Peña Gómez.

(Desde luego, también hay que reconocer que la liquidación del partido boschista se logró sin bulliciosas o significativas contestaciones sobre todo porque la militancia histórica del PLD estaba hechizada por la personalidad y el verbo del nuevo líder, sin mencionar el deslumbramiento general ante la simbología y los privilegios eventuales del poder total).

La transformación del PLD se motoriza, pues, bajo la vocería fundamental del doctor Fernández, y avanza luego vertiginosamente en la medida en que él se va imponiendo como líder dominante sobre los barones del peledeísmo. Más aún: algunos de éstos, en verdad, fueron por lana y salieron trasquilados, y a la postre resultaron avasallados por el apoyo interno que concitaba el joven dirigente... A regañadientes terminaron a la zaga de aquel.

En el fondo, como quedó demostrado con los sordos enfrentamientos internos que caracterizaron a los eventos eleccionarios peledeístas posteriores, para los barones del PLD se trató de una adaptación resignatoria destinada a evitar la muerte política y ganar tiempo. Empero, aunque optarían en su momento por guardar tácticamente sus ideas y sumarse al discurso efectista y desideologizado del doctor Fernández, sus posibilidades reales de impedir la plena imposición de ese liderazgo en ascenso quedaron tronchadas por el hecho de que los grupos conservadores del país se empezaron a sentir muy a gusto con el mismo.

(A diferencia de Bosch, el nuevo líder del PLD tenía -y tiene- una “virtud” nada desdeñable en la actual era de política posideológica: es capaz de entenderse perfectamente con gente de todos los colores -desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, y desde el más militante internacionalismo humanista hasta el más retrógrado ultranacionalismo-, y a pesar de que ello podría interpretarse como mera ausencia de convicciones o avispada adscripción a la demagogia, lo cierto es que semejante postura le ha redituado pingues beneficios electorales).

Tal decisión involucró a la larga, desde luego, al PLD: el conservadurismo -políticamente amenazado de orfandad en virtud de la decadencia biológica del doctor Balaguer, su líder mas conspicuo- resolvió que desde ese momento este era su partido, y figuras descollantes de su vergel alborozadamente se sumaron a la organización: apellidos tradicionalmente vinculados al balaguerismo de Estado, las mafias políticas y el poder económico, empezaron a listarse en órganos directrices del peledeísmo... Hay que reiterar que todo ello implicó en los hechos una ruptura del PLD con el pensamiento boschista y con una parte de su base tradicional.

(Muchos se ponen histéricos cuando alguien lo recuerda, pero la historia no puede ser borrada: el PLD nació como una ruptura “de avanzada” en el PRD, y sus trabajos de formación se fundamentaron en un crítica despiadada contra este último -en el predicamento de que era un partido “de derechas”, corrompido, con dirigentes “atrasados” y que estaban en política “para hacerse ricos” y no para “servir al pueblo”-, y sin embargo terminó echado en brazos del balaguerismo -corrupto, pancista y derechista como el que más- y transformado justamente en lo contrario de lo que originalmente se propuso ser... O sea: tomado por sus propios demonios interiores, pero felices hasta el hartazgo... ¡Nada mal, muchachos!).

El doctor Fernández fue el verdadero responsable del viraje del PLD hacia el conservadurismo, y sin él sus posibilidades de alzarse con el liderazgo total habrían sido nimias, pero los barones de la organización obviaron esta verdad de Perogrullo y, al final, pagaron su inadvertencia con la moneda del vasallaje obligado. Vistas bien las cosas, al margen de si fue obra de un accionar consciente o de favorecimientos coyunturales, lo cierto es que desde 1999, por lo menos, el doctor Fernández ya había logrado afianzar en el PLD su liderato y su credo, si bien todavía con el concurso del dirigente más pragmático de la entidad: el licenciado Danilo Medina.

Entre 2001 y 2007 el PLD dejaría de ser una organización de liderazgo colegiado, lo que quedó patente en los resultados de su congreso elector de ese último año: el licenciado Medina, último candidato presidencial y segunda figura en importancia de la entidad, fue aplastado inmisericordemente (usando para ello todo el peso del Estado sobre una militancia mayoritariamente de origen balaguerista), y el doctor Fernández se montó desde entonces hasta el 2012 -con aire triunfal que evocaba las exaltaciones cesáreas de Roma- en la cresta de la ola histórica.

En el 2012 el doctor Fernández encaró un disyuntiva espinosa: respaldar al licenciado Medina -nuevamente candidato del PLD-, con lo que ello significaba en términos mediatos y futuros de riesgos para su liderazgo, o no hacer nada para impedir la victoria del ex presidente Hipólito Mejía, opción puntera en el panorama electoral desde 2011... Las amenazas de este último -probablemente más retóricas que sinceras, pero que atemorizaron a más de un funcionario gubernamental de la época- lo empujaron a tomar el primer camino, y los resultados están a la vista de todos en estos momentos: el ex mandatario peledeísta ha sido aherrojado a un virtual exilio del liderazgo.

Ante ese casi ostracismo político del doctor Fernández (precisamente hijo legítimo de la transformación del PLD en organización conservadora, clientelar y de “ética” balaguerista, con independencia de las pifias de estrategia que todos conocemos), una interrogante le quema la sesera al autor de estas líneas: ¿estará él pagando sus culpas históricas por el proceso en cuestión, o, a la inversa, es simplemente la víctima propiciatoria de una infamia cimentada en la ingratitud y el reconcomio? La respuesta queda para ser musitada, de pie o de rodillas, en el altar de la conciencia de cada quien.

(*) El autor es abogado y profesor universitario. Reside en Santo Domingo.
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